Entre mis palabras favoritas se encuentran: cosmonauta (llevándose el primer lugar), implosión, nebulosa, pradera, crujiente, papalote, apapachar y abismo. Del otro lado hay palabras que me causan repulsión, como huevecillos o panal. Pero hay una palabra en específico que me causa terror: cáncer.
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Últimamente no dejo de pensar en la muerte. La muerte en sí no es lo que me da miedo, si no la agonía. Saber que tienes los días contados o irte muriendo de a poco, en una agonía lenta y desesperante es lo que me causa conflicto, me causa miedo, me dan ganas de llorar.
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Cuando algo te da miedo, lo quieres lejos. Ni por equivocación te gustaría tenerlo cerca. Me dan miedo los insectos grandes voladores. Si me topo con uno tal vez grite o tal vez no, pero inmediatamente me alejo y mi vida sigue como si nada. Basta cerrar la ventana o cambiarme de cuarto, o caminar unas dos cuadras.
Es muy fácil y risible explicar el miedo en base a los insectos voladores. Pero todo se complica cuando aquello a lo que más miedo le tienes te anda rondando.
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La primera vez que supe qué era el cáncer fue en la primaria. Iba en tercero. Una niña de sexto o primero de secundaria (en ese rango, exactamente no recuerdo en qué año iba) tenía cáncer. Al ir en una escuela católica (religión que no practico actualmente) nunca estaba de más tener a Eugie en nuestras oraciones. Toda la escuela sabía quién era ella. Todas las buenas vibras iban hacia ella. La recuerdo delgada, con ojeras, con gorra o turbante en la cabeza, pero siempre sonriente. Nunca le hablé, pero cuando había misa me reconfortaba verla pasar al frente y leer algún salmo o algo parecido. Yo sabía que ella estaba enferma, sabía lo que era el cáncer porque alguna vez nos lo explicaron o le pregunté a mi madre, pero nunca fui consciente de la agonía que se llega a experimentar. Yo sabía que Eugie tenía cáncer, pero nunca se me pasó por la cabeza lo que podría estar sufriendo. Yo sabía que Eugie se estaba muriendo, pero no fui consciente de ese hecho.
Un día convocaron a misa a toda la escuela. Pidieron por el descanso de Eugie y por su familia. Ahí fue cuando me hice consciente. Eugie había muerto. Nunca más iba a volver a la escuela y nunca más el hecho me iba a dejar de dar vueltas en la cabeza.
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En segundo de secundaria la profesora que era la orientadora de mi curso murió de repente. Cáncer en el pulmón. Ahí me hice consciente de que el cáncer puede llegar de pronto y rápidamente acabar con la vida de alguien. A diferencia de Eugie que lidió años con la enfermedad, Mariana murió en cuestión de meses.
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A partir de ahí se volvió en un tema recurrente. «¿Supiste que tal persona tiene cáncer?», «Aquella celebridad murió de cáncer», «El amigo de la vecina tiene cáncer», «Mi amigo murió de cáncer», «Le diagnosticaron cáncer», y la cantaleta no tiene fin.
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Me aterra pensar siquiera en la palabra. Mentalmente digo «cáncer» y me pongo a temblar. No puedo lidiar con ese miedo.
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De pronto, personas más cercanas empezaron a tener cáncer. No se detiene y no tiene piedad.
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Tíos con cáncer. Tíos luchando contra el cáncer. La agonía de nuevo.
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Mi gatito murió por culpa de un tumor canceroso. En tres días el cáncer lo consumió. Ha sido una de las peores experiencias de mi vida, ver cómo se consumía y la rapidez con la que se fue. Sigo pensando en la ineptitud de los veterinarios que lo atendieron, sigo pensando en cuánto sufrió, sigo pensando en lo débil e indefenso que se veía, sigo pensando en porqué no me dieron la opción de dormirlo y así se hubiera ahorrado todo el sufrimiento que vivió. Sigo pensando que yo fui la culpable, por no haberlo llevado a más veterinarios, por no haberme «dado cuenta antes», por haber permitido tanto sufrimiento. Sigo pensando en mi gatito. Sigo poniéndome como la principal culpable de este hecho, pero no es más que una forma de evadir al verdadero culpable: cáncer.
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Dos semanas después de la muerte de mi gatito muere un amigo muy querido de mi familia. Cáncer en el pulmón. Él nunca fumó un cigarro en su vida. ¿Cómo fue eso posible?
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Esta semana me entero que un compañero del trabajo tiene cáncer. Todos pensaban, incluido él, que era una simple gastritis. Otro estudio más: cáncer en el estómago. No hay marcha atrás. Está desahuciado. Todo pasó tan rápido. No dejo de pensar en la agonía que está viviendo. No dejo de pensar en él y los pocos «buenas tardes» que intercambiamos. No dejo de pensar en la agonía que ha de estar viviendo en el tiempo que le queda de vida.
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No puedo dejar de pensar en todo esto. Me da miedo. Lloro. ¿Será que la única forma de apreciar la vida es vivir una agonía?
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Maldito cáncer.